Este artículo es copia fiel del publicado en la contratapa del Diario Diagonales el Domingo 28 de Diciembre de 2.008 en su edición impresa en la que Juan Rezzano da su opinión respecto de la "fiebre de los blogs y el Facebook", tocando colateralmente el tema de la Computación en la Nube.
Subí que te veo.
Subí que te veo.
Impresiones Juan Rezzano.
Pretender ignorar que el mundo cambia y mantenerse ajeno a los cambios es, seguramente, una práctica tan inútil como necia. El conservadurismo, de hecho, no es otra cosa que el suposición de que nada mejor podrá venir, lo que da cuenta de cierta arrogancia, también. La arrogancia de no admitir aportes ajenos capaces de enriquecer lo que hay. Eso esconde, además, algún sentimiento de superioridad que coloca al conservador un peldaño por encima del resto en el terreno de la comprensión de las cosas. Una fanfarronería exasperante y nada constructiva. ¿Qué habría sido de la Humanidad si jamás hubiese aceptado cambiar nada?
El problema acaso radique en la tendencia a discutir si todo tiempo pasado fue mejor o peor, si lo nuevo es mejor o peor que lo viejo, si el futuro será mejor que el presente o un completo desastre. ¿Mejor o peor de acuerdo a qué? ¿Según quién? ¿Estará mal que los pibes chateen en vez de hablarse cara a cara o por teléfono? ¿Un pibe de 10 años podría valorar la computadora igual que su padre de 40 o su abuelo de 70? Difícil. Quizá, entonces, la clave sea entender que el mundo (y las sociedades y el fútbol y la música...) no va siendo mejor o peor que antes o que después, sino sencilla y complejamente distinto. Otro.
Mientras tanto, hasta alcanzar esa meta posiblemente inalcanzable en virtud de la difícilmente neutralizable influencia de prejuicios de toda calaña, habrá que convivir con la sensación de que la masificación del uso de algunas herramientas de la virtualidad electrónica nos ha puesto un poco más pelotudos.
Ahora hay que estar en el Facebook, por ejemplo. Y no está mal, claro. Porque el mundo de hoy viene con Facebook. "Ya subí las fotos al Facebook", te dicen después de una fiesta o de un viaje. O sea: si querés ver las fotos entrá al Facebook, lo que te obliga a registrarte, armar tu propio "perfil" y quedar atrapado en esa plataforma que viene a ser la pista por donde corre buena parte de las relaciones sociales de estos días (días, porque es muy probable que el mes que viene haya otra).
Tal vez se trate de un prejuicio, pero esto de estar en el Facebook da naif, da Sarah Kay, da flogger... da medio rosa, y no por lo gay sino por lo aniñado del tono. Porque la explosión del Facebook viene cargada de un entusiasmo casi hormonal; esa adrenalina sexual típica de la pre-adolescencia.
En el Facebook todos se muestran. Es la nueva pasarela del exhibicionismo. El paraíso de los políticos, de los rockeros y de los modelos, que encuentran allí una plataforma fenomenal de promoción. Y es, también, una oportunidad para los miles de millones de ignotos para alcanzar cierta trascendencia y calmar la angustia que genera la pequeñez de la porción que el universo y la Historia reservaron para cada uno. La fiebre de los blogs y del Facebook acaso tenga que ver con eso: con cierta frustración histórica de los vecinos de a pie que no han podido satisfacer la intrínseca necesidad humana de trascender, de ganarle a la maldita finitud.
Pero no debe ser eso nada más. Los blogs y el Facebook han venido a limar las diferencias arbitrarias entre los que alcanzan alguna cuota de fama por su participación en los medios de comunicación y la gran masa de anónimos. El Facebook comienza a convertirse en el Wikipedia de los álbumes de fotos. Yo pongo mi cara, mi cuerpo, mis gafas locas, mis raros peinados, mis pianos, mis discos, la ropa y el perro. Te muestro mi hijo recién nacido y a mi mujer con cara de parturienta dolorida y también mi Torino con llantas cromadas. Y opino. Y te muestro mis opiniones. Porque en el Facebook y en el blog opino de todo. Como los periodistas. ¿Por qué los periodistas, vanidosos profesionales, pueden opinar de todo y yo no? Como el autor de este delirio, que ayer se registró en el Facebook para ver, como en el truco, y en diez minutos se le llenó la casilla de correo de amigos nuevos. O viejos, pero nuevos. Los del Facebook. Todos excitados. Todos emocionados. Todos dispuestos a hacer rostro virtual. A trascender un poco más. A mostrarme la cara, el perro, el Torino y la mujer parturienta.
De todos modos, es probable que toda esta nota sea una gran pelotudez. Por eso, mejor no subirla al Facebook.
Pretender ignorar que el mundo cambia y mantenerse ajeno a los cambios es, seguramente, una práctica tan inútil como necia. El conservadurismo, de hecho, no es otra cosa que el suposición de que nada mejor podrá venir, lo que da cuenta de cierta arrogancia, también. La arrogancia de no admitir aportes ajenos capaces de enriquecer lo que hay. Eso esconde, además, algún sentimiento de superioridad que coloca al conservador un peldaño por encima del resto en el terreno de la comprensión de las cosas. Una fanfarronería exasperante y nada constructiva. ¿Qué habría sido de la Humanidad si jamás hubiese aceptado cambiar nada?
El problema acaso radique en la tendencia a discutir si todo tiempo pasado fue mejor o peor, si lo nuevo es mejor o peor que lo viejo, si el futuro será mejor que el presente o un completo desastre. ¿Mejor o peor de acuerdo a qué? ¿Según quién? ¿Estará mal que los pibes chateen en vez de hablarse cara a cara o por teléfono? ¿Un pibe de 10 años podría valorar la computadora igual que su padre de 40 o su abuelo de 70? Difícil. Quizá, entonces, la clave sea entender que el mundo (y las sociedades y el fútbol y la música...) no va siendo mejor o peor que antes o que después, sino sencilla y complejamente distinto. Otro.
Mientras tanto, hasta alcanzar esa meta posiblemente inalcanzable en virtud de la difícilmente neutralizable influencia de prejuicios de toda calaña, habrá que convivir con la sensación de que la masificación del uso de algunas herramientas de la virtualidad electrónica nos ha puesto un poco más pelotudos.
Ahora hay que estar en el Facebook, por ejemplo. Y no está mal, claro. Porque el mundo de hoy viene con Facebook. "Ya subí las fotos al Facebook", te dicen después de una fiesta o de un viaje. O sea: si querés ver las fotos entrá al Facebook, lo que te obliga a registrarte, armar tu propio "perfil" y quedar atrapado en esa plataforma que viene a ser la pista por donde corre buena parte de las relaciones sociales de estos días (días, porque es muy probable que el mes que viene haya otra).
Tal vez se trate de un prejuicio, pero esto de estar en el Facebook da naif, da Sarah Kay, da flogger... da medio rosa, y no por lo gay sino por lo aniñado del tono. Porque la explosión del Facebook viene cargada de un entusiasmo casi hormonal; esa adrenalina sexual típica de la pre-adolescencia.
En el Facebook todos se muestran. Es la nueva pasarela del exhibicionismo. El paraíso de los políticos, de los rockeros y de los modelos, que encuentran allí una plataforma fenomenal de promoción. Y es, también, una oportunidad para los miles de millones de ignotos para alcanzar cierta trascendencia y calmar la angustia que genera la pequeñez de la porción que el universo y la Historia reservaron para cada uno. La fiebre de los blogs y del Facebook acaso tenga que ver con eso: con cierta frustración histórica de los vecinos de a pie que no han podido satisfacer la intrínseca necesidad humana de trascender, de ganarle a la maldita finitud.
Pero no debe ser eso nada más. Los blogs y el Facebook han venido a limar las diferencias arbitrarias entre los que alcanzan alguna cuota de fama por su participación en los medios de comunicación y la gran masa de anónimos. El Facebook comienza a convertirse en el Wikipedia de los álbumes de fotos. Yo pongo mi cara, mi cuerpo, mis gafas locas, mis raros peinados, mis pianos, mis discos, la ropa y el perro. Te muestro mi hijo recién nacido y a mi mujer con cara de parturienta dolorida y también mi Torino con llantas cromadas. Y opino. Y te muestro mis opiniones. Porque en el Facebook y en el blog opino de todo. Como los periodistas. ¿Por qué los periodistas, vanidosos profesionales, pueden opinar de todo y yo no? Como el autor de este delirio, que ayer se registró en el Facebook para ver, como en el truco, y en diez minutos se le llenó la casilla de correo de amigos nuevos. O viejos, pero nuevos. Los del Facebook. Todos excitados. Todos emocionados. Todos dispuestos a hacer rostro virtual. A trascender un poco más. A mostrarme la cara, el perro, el Torino y la mujer parturienta.
De todos modos, es probable que toda esta nota sea una gran pelotudez. Por eso, mejor no subirla al Facebook.
1 comentario:
el problema pasa por la privacidad: Viendo la cantidad de servicios de Google que utilizan millones de personas en todo el mundo, valdría la pena preguntarse ¿cuándo sucedió que nuestra privacidad dejó de ser un derecho? O, mejor ¿cuándo dejó de ser algo deseable? ¿Fue cuando millones de personas vimos por primera vez un reality show? ¿O fue anterior, durante la guerra fría cuando cientos de miles de comunistas formaban parte de las redes de espías? ¿Tiene que ver con el hecho de que nos importe un cuerno la existencia de agencias espías como la NSA o la CIA?
Por ejemplo, Facebook (o fascibook, o fasCIAbook), está financiado por la CIA. Recientemente 27.5 millones de dólares fueron invertidos allí por el grupo Greylock Venture Capital, con fuerte vínculo con la agencia espía estadounidense, según el diario británico The Guardian.
Pero Google se ha ganado "nuestra" confianza con su lema "no evil" (no ser diabólico, o no ser malo), su imagen simpática y su inteligencia para lograr un método coherente y eficaz para encontrar información en Internet. Esa fue la base, luego vino todo el resto.
Por eso ahora puede ser el gran ojo que vigila a todos/as. Les recomiendo el resumen que se ve en el blog (de Google!!) llamado httpeando.
Mediante sus servicios, Google sabe nuestro perfil de compra, planes de mercadeo, con qué sitios web ganamos dinero, qué nos importa saber, monitoriza las visitas a nuestros sitios, tiene todo lo que escribimos en un blog, dónde fuimos, qué haremos, qué páginas visitamos, lo que tenemos en nuestra PC, qué cosas hacemos en su contra, dónde nos gustaría estar, quiénes son nuestros lectores, qué nos gusta leer, cuál es nuestro patrimonio, qué haremos con él, todos sobre nuestros mails y conversaciones por chat, nuestras penas, miedos, creencias, qué imágenes nos gustan, dónde estamos, dónde deberíamos estar, cuáles son nuestros intereses, qué buscamos, qué idiomas conocemos o desconocemos, qué géneros de música nos gusta, etc., etc., o sea, casi todo. Esto, suponiendo que utilizamos todos los servicios de Google. Pero con utilizar dos o tres, como por ejemplo Gmail y el buscador, ya es suficiente para armar un perfil de usuario/a.
fuente: mastermagazine.info/articulo/13448.php
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